Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1
24 – malestar y destinos del malestar Políticas de la desdicha no subraya otra cosa que el principio de necesidad atribuido por él al punto de vista metodológico y naturalista del cual esta concepción procede. ¿Cómo articular, entonces, esta metodología naturalista e individualista con el corazón de la teoría psicoanalítica? Sugeriría la siguiente respuesta: ella se arraiga en una concepción del Edipo que, en un cierto sentido, la lectura alternativa apor- tada por Lacan nos permite comprender bajo una nueva luz. En efecto, se ha dicho bastante que el niño “fálico” lacaniano sería un niño pasivamente seducido y, por lo tanto, sometido al deseo materno, mientras que, igualmente, se nos ha indicado que este deseo materno sólo encontraría su regulación en la metáfora paterna bajo su referencia al padre simbólico. Por el contrario, en Freud, el niño edípico es un agente vigoroso, donde la pulsión agresiva que lo empuja a poseer sexualmente a la madre y a asesinar al padre no tiene más de “simbólico” que su anclaje arcaico: como el incesto, el asesinato es y sigue siendo una posibilidad muy real, en virtud de la cual se apela a una poderosa contra-acción inhibidora frente a dicho padre (una amenaza activa y en absoluto metafórica de emprenderla contra el órgano, pese a que se trate de una advertencia velada). Ahora bien, esta referencia tan conocida al Padre es lo que, si se me permite decirlo así, se encuentra en el fundamento del individualismo sociológico del pen- samiento occidental: Hobbes 16 . Hay que suponer en el estado de naturaleza, donde la infancia es desde siempre el prototipo, un vigor agresivo del individuo original, el cual va a encontrar de golpe la ley civil como una restricción externa a la que sólo estará parcialmente predispuesto y, sin que jamás se pueda enteramente erradicar su inclinación a la violencia, estará vinculada al hecho de que un individuo es, en esencia, pre-social y, por lo tanto, asocial. Como lo dice el propio Freud en un sen- tido que es puramente individualista y hobbesiano: “la libertad individual no es un bien de la cultura” 17 . Y, por cierto, no lo es en razón de que, para Freud, ella tiene su fundamento último en la independencia del organismo pulsional o, dicho de otro modo, en el egoísmo agresivo de la violencia pulsional y sexual. Véase el famoso pasaje del De Cive: Si usted no le da a los niños todo lo que desean, ellos lloran, se enojan, golpean a sus nodrizas y la naturaleza los lleva a conducirse de este modo. Sin embargo, no se los puede culpar y no diríamos que son malos, primero, porque no pueden hacer daño y luego, a causa de que están privados del uso de la razón, están exentos de todos los deberes de los otros hombres. Pero si ellos continúan haciendo lo mismo una vez que ya están más avanzados en edad y adquieren la fuerza con la que pueden hacer 16 Thomas Hobbes, Leviatán, o la materia, forma y poder de una república ecelsiástica y civil (1651; México: Fondo de Cultura Económica, 2014 17 Freud, El malestar , 94.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=