Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1

¿Freud sin malestar? / Pierre-Henri Castel – 23 tales paradigmas eran francamente dominantes, y a menudo se pierde de vista que es un Freud ya mayor aquel que reflexiona en El malestar sobre cuestiones sociológicas, las cuales no sólo son abordadas por sus contemporáneos con instrumentos total- mente distintos, sino que son además consideradas en función de una crítica radical de aquello capaz de ser presentado como evidencia en la década de 1890 (desde don- de Freud extrae sus referencias principales). Sabemos cuán inmenso era entonces el prestigio de las explicaciones propor- cionadas por la hipnosis y la sugestión, al punto que permitían reducir los hechos sociales –como la religión, por ejemplo– a interacciones interindividuales de fas- cinación, al modo de las consideraciones defendidas por Le Bon 11 . De hecho, a mi juicio, es aún el individualismo biologizante de Freud aquello que lo conduce a abra- zar el “psicolamarckismo”, para retomar la excelente expresión de Sulloway 12 . Pues la idea según la cual la vida social puede, en sí misma, transmitir culturalmente, y de generación en generación, rasgos psicológicos tan específicos como aquellos que están ligados a la vida pulsional, representa una imposibilidad para Freud. Para él, la recurrencia de estos esquemas exige que procedan de la constitución misma de la vida y de los organismos individuales. En este sentido, resulta impresionante que Freud sea psicolamarckista por razones suficientemente homólogas a las esgrimidas por McDougall 13 ; es decir, contra la teoría del condicionamiento social (McDougall es, en aquella época 14 , el gran adversario del behaviorismo watsoniano) y, sobre todo, contra la idea de que el universo de las reglas se fija, de un modo u otro, en nuestras conductas con la misma fuerza que las exigencias causales expresadas en términos biológicos. Todas estas consideraciones, las cuales operan en segundo plano, son capitales: aquello que Freud llama la sociología o la psicosociología, es exactamente aquello que, en aquella época, no cesan de rechazar, tanto Durkheim y Mauss, como Max Weber, George Simmel, el joven Norbert Elias y el conjunto de los fundadores de las ciencias sociales. El hecho de que Freud sepa que su psicolamarckismo es dudoso – aunque indispensable para el edificio psicoanalítico, tal y como él lo concibe 15 –, 11 Gustave Le Bon, Psicología de las masas (1895; Madrid: Morata, 2000). 12 Frank Sulloway, Freud, biologist of the mind: Beyond the Psychoanalytic Legend (1979; NewYork: Basic Book, 1983). 13 William McDougall, The Group Mind (1920; New York: Arno Press, 1973). 14 McDougall (1871-1938) fue el autor de un célebre tratado de (proto) psicología social que, citado por Freud, apareció en 1920. Fue analizado por Jung e, irónicamente, es conocido, sobre todo, por haber demostrado de manera notable la falsedad de la hipótesis psicolamarckista. Defensor de la idea de una evolución de los instintos, él se encuentra, igualmente, en el origen de la etología moderna. 15 Jones, entre otros, había llamado la atención de Freud sobre el hecho de que el lamarckismo era una visión caduca de la evolución. Frente a ello, Freud le había respondido que él era darwiniano en bio- logía, pero lamarckiano en psicología, agregando que no veía otra alternativa. Cf. Ernst Jones, V ida y Obra de Sigmund Freud (1953-1957; Barcelona: Anagrama, 2003).

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