Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1

El culto moderno a los indígenas / André Menard – 207 por un lado, con el antiguo “derecho” a permanecer pegado a una raza, es decir, a la realidad estrictamente material de una cosa, en este caso de un cuerpo, como dato intransferible (algo parecido al derecho a guardar silencio). Pero, por otro lado, con el hecho de que una vez desplazada la raza por la etnia y la cultura, esta cosa que es el cuerpo, ya sin una raza que lo sostenga, vuelve aún más flagrante su no ser nada por él mismo, implicando que, por lo tanto, sólo se pueda hablar de él en términos de espíritu. Retorno, entonces, de unos indios espirituales, pero en los que el espíritu funciona como espectro de la raza abolida por la razón humanista de post-guerra y, más específicamente, del referente biológico y objetivo que le confería su valor histórico, es decir, el valor diferencial de su particularidad en el marco de una cadena evolutiva universal. Con el advenimiento del valor de antigüedad, el valor diferen- cial de lo particular se vacía de contenido evolutivo, al tiempo que se sustantiviza el diferencial temporal de su mera vulnerabilidad. Y si la noción biológica y evolutiva de la raza codificaba el irreductible histórico de unas diferencias políticas sobre el plano prehistórico y prepolítico de una naturaleza sustantiva, es decir, absoluta y objetiva, la recodificación espiritual de este irreductible lo hará sobre el plano aná- logo de una humanidad sustantiva, es decir, absoluta y subjetiva, en tanto sujeto trascendental de toda diferencia. Los derechos espirituales tienen que ver con este trascendental de humanidad por el cual no sólo se suspende la pregunta por las prácticas concretas que estos de- rechos deben resguardar (¿exciciones, antropofagia, sacrificios?), sino que también con la evidencia de las guerras, traducciones y tratados que, siempre singulares, han sido las condiciones de producción de enunciados de identidad o diferencia y, por lo tanto, de demandas y derechos siempre contingentes. El heterogéneo irreductible de historicidades plurales y de conformaciones siempre heterocrónicas, deja lugar a la incolora sustancia del espíritu como común medida de lo humano. Así, sobre el monótono desierto de la entropía monocultural, deplorada por Lévi-Strauss, se levantan estos nuevos indios espirituales como monumentos a la diversidad cultural y como reserva subjetiva de todos los valores espirituales que la modernidad pro- yecta en las ruinas que la constituyen (la ecología, la oralidad, la unanimidad de una sociedad trasparente y reconciliada, etc.). Pero así monumentalizada, es decir, vuelta objeto de gestión, la diversidad se aplana y se extiende como el igualmente monótono desierto del espíritu.

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