Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1
El culto moderno a los indígenas / André Menard – 201 para aprehender aquella alteridad en tanto totalidad. El advenimiento de la cultura, como sucesora de la raza, tiene el inconveniente de la parcialidad. Es decir, sea por una condición propia del estatus siempre abstracto de su supuesta organicidad o – desde una convicción más culturalista– por el efecto de su inevitable inmersión en el proceso histórico de su transformación y, por lo tanto, de su eventual disolución en lo general, la cultura nunca se visibilizará como un organismo acabado (en términos de Riegl, no la apreciaremos nunca como un monumento con valor de novedad), sino que su aparición siempre será fragmentaria o, desde el pesimismo lévi-straussia- no, siempre se encontrará arruinada. En esta situación, su valor pasará de unos contenidos propios y diferenciales, al valor más general de su mera vulnerabilidad; valor de antigüedad por el que, así como en el caso de la biodiversidad respecto de las especies naturales, la variabilidad cultural no remite tanto al valor intrínseco (y, por lo tanto, inconmensurable) de cada cultura como al valor cuantificable de una escasez de diversidad. De tal forma, vemos que si la monumentalización de esas sociedades primitivas y sin monumentos es más democrática, no lo es sólo por remitir a grupos humanos más humildes y des- preciados o por relevar configuraciones más compartidas y unánimes, sino también porque remite a una forma de valoración que el mismo Riegl describe como más democrática: el valor de antigüedad que, en cuyo carácter subjetivo y sentimental, no requiere de los capitales de erudición implicados por la valoración histórica del monumento. Monumentalizados mediante un valor de antigüedad –es decir, por un valor subjetivo independiente de sus contenidos particulares–, los pueblos indígenas, vueltos categoría genérica, han podido transformarse en una suerte de patrimonio de la humanidad, lo que los sitúa en una posición diferente a aquella de sus even- tuales patrimonializaciones locales o comunitarias, sean estas religiosas, políticas, regionales o, sobre todo, nacionales (como ha sido el caso mapuche en Chile por medio de la instalación del monumento ercillano) 9 . Y, seguramente, es este proce- so de internacionalización o de universalización lo que le ha dado a las demandas genéricamente indígenas, un piso de legitimidad del que carecen todas aquellas otras demandas que, de carácter igualmente cultural, son referidas a un cuerpo de contenidos específicos, como son aquellas basadas en la particularidad de unos cá- nones y unas normas explícitamente religiosas. Por ello, en un caso se hablará de 9 Nos referimos al poema La Araucana que, escrito a mediados del siglo XVI por el militar español Alonso de Ercilla, narra la guerra épica entre españoles y araucanos. Con el advenimiento de la Re- pública en el siglo XIX, este poema se constituyó en la base de cierta representación del origen de la nación chilena como producto del encuentro de estas dos “razas”, lo cual ha implicado la instalación de un imaginario idealizado del indígena araucano como patrimonio identitario de la nación chilena. Cf. Alonso de Ercilla, La Araucana (1569, 1578, 1589; Madrid: Cátedra, 1999).
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