Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1
Camille o los tiempos de entrada / Pablo Cabrera – 139 La última vez que busqué a mi madre para comentarle algo mío en este sentido debo haber tenido seis o siete años. Estábamos en el comedor con más personas. Me acerco y le quiero decir al oído que me gusta un niño (voy nerviosa). Nos dimos un beso como lo hacían las niñas mayores con sus pololos […]. Me acerco, le intento ha- blar bajito y ella me encara delante de todos: “¡No me digas cosas en secreto! ¡Si me quieres decir algo, que sea para todos! ¡Qué quieres decirnos!”. Quedé totalmente descolocada, confundida, humillada. No me atreví a decir nada, ni siquiera lloré en ese momento. Estaba fría. Me fui a mi pieza. De ahí en adelante me dije a mí misma “¡Nunca más le contaré algo a mi madre!” Hay algo que está ahí, pero ella aún no lo puede formular. Dice “¡Nunca más le con- taré algo a mi madre!” . La violencia del rechazo de la madre, y la de ella, es de una intensidad arrasadora. Da cuenta, al mismo tiempo, de un ¡Estoy sola en esto! que se yuxtapone al ¡ Quiero hablarte de mi sexualidad! Problemática a nivel del ideal, pero a su vez sanción en dos tiempos de la sexualidad infantil. De ella con su madre y luego, a nivel de las identificaciones, de ella con las mujeres del gusto del padre. Así, lograremos ligar en el análisis este hecho con la época de los seis años, en donde acontece el distanciamiento con sus padres, así como de ella con una dimensión de sí misma relacionada a las salidas de la sexualidad infantil en una bipartición de la femineidad. Armamos una primera cadeneta, en esta época, con la emergencia de un distanciamiento desdoblado. En efecto, desde este doble movimiento encadenado a este tiempo reconstruire- mos algunos hechos de la primera infancia que llevarán a ese punto de quiebre 4 . Ca- mille lo organiza desde la figura de ser-castigada en un estado de desamparo radical. El caso más palmario ocurre con la señora que la cuidó hasta los cuatro años. Esta mujer, que bordeaba los 30 años, la golpea y la humilla de los modos más cruentos, y siempre en una misma escena. “Esto ocurría –dice– cuando nos quedamos las dos a solas”. Le costó mucho tiempo percatarse de cómo prevenir y cuidarse del sadismo de esta mujer. Sus padres le darán crédito recién cuando Camille les muestre marcas en el muslo luego de golpes propinados por la mujer. Sin embargo, frente a esas marcas en su cuerpo, sus padres cambian de cuidadora, pero nunca sancionan los he- chos: “[…] simplemente la despidieron […]”, agrega Camille dolida. Ella, con mucha dificultad, recordará esta época y construirá una pregunta y un juicio. Dice: “¿Cómo pudo pasar esto? ¡Esto no debió pasar! ¡Ellos no hicieron nada! ¡No dijeron nada!” . Se enlazan así, podemos decir, en su prehistoria, los destinos de la sexualidad 4 El quiebre está sobre-determinado. En el análisis, primero aparecerá un registro de vivencias reales de lo traumáticas, luego de lo cual la analizante podrá recodar y re-leer, en parte, los mismos acon- tecimientos pero en el registro de lo fantasmático reprimido de su sexualidad infantil. En virtud del interés de esta comunicación, este aspecto no será desarrollado.
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