Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1

12 – malestar y destinos del malestar Políticas de la desdicha o incluso de una u otra dimensión similarmente concernida, la pregunta del y por el malestar se mantiene intacta, toda vez que la eventual constatación de posibles planos comunes deja sin responder la pregunta por aquello que, empero, insiste sin- gularmente en cada contexto situado, a saber, la interrogante por los destinos del malestar. Pues, ¿dónde se aloja y hacia donde deriva el malestar silenciado? ¿se trans- forma, se tramita, se gestiona, se congela, se reserva, se acumula, se dispersa? ¿Cómo se articulan sufrimiento subjetivo y desdicha colectiva, molestia privada y descon- tento público, conflicto psíquico y diferendo social? ¿se prolongan o se dislocan, se redoblan o se desdoblan, se interrumpen o se apuntalan, se asocian o se disocian? En tal sentido, la referencia al Malestar en la Cultura de Freud pareció enton- ces ineludible. No sólo en relación a las fuentes y condiciones referidas en o por el malestar, sino que también a sus declinaciones y, en especial, a su fuerza transforma- dora, a veces incluso destructora, aunque por lo regular portadora de una exigencia de trabajo cultural, social y subjetivo. Ciertamente, numerosos aspectos del ensayo del ’29 resultan hoy discutibles: su reduccionismo biológico o su individualismo metodológico, los eventuales impases emanados de su reconocido pesimismo o los posibles conformismos derivables de su sesgo naturalista, pero sobre todo su des- atención respecto de los indiscutibles componentes políticos contenidos en el des- asosiego, tanto individual como colectivo. ¿Se desprende de ello, acaso, la necesidad de desechar por completo la reflexión freudiana y objetar enteramente la pertinen- cia de su escrito para los asuntos que nos ocupan? De ninguna manera. Más allá de sus tropiezos, el ensayo de Freud contiene pre- cisamente una perspectiva que, lejos de agotar la cuestión mediante su cristalización en uno u otro motivo permanente de malestar, interroga a este último a nivel de sus destinos. Dicho de otro modo, para Freud ningún examen certero del malestar podría eludir la pregunta por el heterogéneo conjunto de maniobras, sociales y sub- jetivas, que la cultura favorece o desfavorece ante el desasosiego. Con ello e incluso sin pretenderlo, la posición freudiana confiere un lugar central a las políticas de la desdicha, es decir, a las diversas tácticas y estrategias orientadas a conjurar, mitigar, gestionar, encubrir, doblegar, superar, subvertir… el malestar. De hecho, contrariamente a lo que podría concluir una lectura demasiado apre- surada, el mismo carácter estructural – y, ¿deberíamos aún repetirlo?, no por ello forzosamente natural ni menos indefectiblemente trascendental – que Freud conce- de al malestar, necesariamente lo sitúan sobre el plano de lo político. Resto, inasimi- lado e inasimilable, emanado del lazo social en virtud de la renuncia en su origen re- clamada, el malestar en modo alguno podría quedar al margen de las articulaciones del poder. Pues no sólo la renuncia originaria comporta el ejercicio de una violencia primitiva en función de la cual el malestar se revela abiertamente concernido por lo político o, si se quiere, por la incidencia de lo impolítico; sino también en razón de

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