Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1
Transformaciones / Francois Pommier – 123 hablar de sus propias impresiones, o incluso verse obligado a escoger entre dos vías, dos actitudes, dos sueños, a semejanza de ciertas posturas adoptadas frente a pacien- tes psicóticos. En estas circunstancias, tengo la tendencia a considerar al psicoanalista de acuerdo a la imagen del acróbata que, a diferencia del equilibrista, se entrega al vacío en vez de resistírsele. No podría insistir demasiado sobre la calidad particular de su presencia, llevada a convertirse en una forma física plástica; insistir, incluso, sobre su capacidad de recibir lo informe, en el cual algunos pacientes resienten su estado, y dejar su lugar para volver orbicularmente a inscribirse en un tiempo que ya no será más lineal, sino circular. ¿Qué podríamos pensar de aquel hombre calmado y pausado, inteligente y cul- to, en el marco de los movimientos de transformación donde al menor ruido capaz de romper su silencio comienza a modificarse y a desarrollar un estado de angustia? Un estado de angustia que lo inhibe, porque lo paraliza, y le impide, incluso, expre- sar su desaprobación hacia quienes se expresan tan bulliciosamente. Guillaume, por ejemplo, anticipaba la sensación de extrema molestia, así como el sentimiento de vergüenza que sentiría, seguramente, al dirigirse a otro para solicitarle dejar de hacer tanto ruido. Dos aspectos son relevantes. Dos aspectos que se fortalecen el uno al otro. Por una parte, su propensión a imaginar los pensamientos del otro hasta ponerse en su lugar, porque de cierta manera sale a espaldas de sí mismo para pensar en el lugar del otro que llegaría para juzgarlo; y, por otra parte, la convicción que tiene del carácter ridículo de su demanda. Sin embargo, sintiéndose atravesado por este ruido exterior que le impedía pensar, no consideró legítima la molestia sentida, pues una parte de él mismo no la reconocía y, al contrario, la calificaba de desubicada, inapropiada, inadaptada. Guillaume estaba influenciado, desposeído de sí mismo, e identificaba podero- samente la confesión de su molestia con un acto de sumisión difícilmente soporta- ble. Su transformación interna, al momento del ruido en cuestión, era inmediata. Si Guillaume pudiese expresarse verbalmente hubiese podido volver muy rápido a su estado de serenidad. Pero la molestia era tan profunda que le impedía verbalizarla. El trabajo de Guillaume en la sesión puso en evidencia que, regularmente, su vida oscilaba entre dominación y sumisión. Sin duda, fue precisamente siguiendo este movimiento oscilante que intervine en sesión para preguntarle por lo que sentía cuando se encontraba en la imposibilidad de hablar sobre su desconcierto. Me in- teresaba, muy particularmente, aquel momento de transición de un estado a otro, aquella transformación interior tan brutal en apariencia. Ciertamente, fue porque la molestia y la vergüenza me remitieron al problema de la intimidad que, entonces, le pregunté, formulándolo al modo de una hipótesis, si su dificultad para afirmarse,
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