Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1
122 – malestar y destinos del malestar Políticas de la desdicha mados al paciente. La forma que el paciente da a sus propios propósitos – los cuales pueden tener aquí un valor interpretativo – es de gran importancia, ya que no se trata, por cierto, de reactivar el proceso traumático, sino de permitir al sujeto mismo problematizarlo mediante su transposición en la sesión. Esta forma puede remitir a los contornos, a la luminosidad o al color que presenta el paciente . La interpretación, en sí misma, puede incluso ser irrisoria en vista de lo que pueda estar ocurriendo en el plano afectivo de la cura. “La comprensión inadecuada de las interpretaciones del analista – como lo subraya Gregorio Kohon – se transforma, incluso, en la principal dificultad del analista en la atención de pacientes simbólicamente empobrecidos” 17 . Es en el transcurso de la segunda etapa, luego de que se haya podido evaluar en el tiempo el sistema de defensa del paciente y de que el terapeuta haya podido ser integrado sólo en una escena analítica, es únicamente entonces que se le puede entregar al sujeto gravemente enfermo – como en el caso de Tom – una formulación metafórica de la muerte. Esta puede estar representada, ya sea actuando directamen- te sobre las imágenes –y en particular las imágenes instantáneas sensiblemente aptas para representar la muerte–, ya sea actuando indirectamente sobre el tiempo que puede permitir a las imágenes surgir, para ver aparecer, entonces, al psicoanalista como “el guardián del tiempo”. Esta metáfora le permite a menudo al paciente salir de la negación e ir al encuentro del recuerdo. Con pacientes que presentan una grave enfermedad, donde el pronóstico vital está en juego a más o menos corto plazo, la figuración de la muerte en la cura tiene, a menudo, una importancia capital. Puede revelarse bajo la forma de una pesadilla, a la manera de una pérdida del gusto cuando el cuerpo está situado en primer plano, al modo de un movimiento de pánico del paciente que evidencia claramente su miedo ante la muerte, o en los términos de la mirada de un psicoterapeuta que, al contrario, subraya su aspecto más vivo. Que la muerte sea nombrada, o que ella aparezca en cierto modo como una evi- dencia, ello sucede en aquel momento particular de la cura donde, antes que todo, se observa a la manera de una modificación de la economía interna del sujeto. En todo caso, nuevamente se observa puesta en juego la pregunta de la relación establecida con el otro. Finalmente, en un tercer tiempo, cuando la deconstrucción alcanza su apogeo y el cuerpo es llevado a un estado psíquico de “desmantelamiento” que lleva a ver – a sentir – sin el pensamiento – sin defensa –, es el momento donde el terapeuta se en- cuentra, a partir de su propio desconcierto, llevado más allá de la angustia, pudiendo por ejemplo ser conducido a calificar verbalmente la gestualidad de su paciente o a 17 Gregorio Kohon, “Aimer en temps de folie: extrait de l’analyse d’un jeune homme psychotique”, en A. Green (dir.), Les voies nouvelles de la thérapeutique psychanalytique: le dedans et le dehors (Paris: PUF, 2006), 467. [La traducción es nuestra]
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