Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1
introducción – 11 donde la democracia habría podido ser ofrecida como un objeto más de consumo que, bajo el persuasivo slogan “Chile, la alegría ya viene”, habría sido promociona- do mediante una promesa de felicidad, al igual que cierta bebida cola. Ciertamente, el film de Pablo Larraín resulta, por decirlo menos, ambiguo respecto del carácter atrevidamente subversivo que, en aquellos tiempos de terror, podía llegar a adquirir un simple reclamo de alegría, mientras que tampoco parece ser del todo certero en cuanto al reconocimiento de los sentidos compromisos de ese entonces con la de- mocracia, ni sortear completamente eventuales espejismos inducidos por enojosos anacronismos capaces de incluso despreciar auténticos reclamos de todo un pueblo. Sin embargo, más allá de tales consideraciones por entero discutibles, la película No pareció contener un potencial crítico de los horizontes implicados por las consignas sobre felicidad en aquella época. Pues si, en virtud de las manifestaciones, las antiguas promesas de alegría se revelaban en buena medida incumplidas por los gobiernos de- mocráticos posteriores, los cuales habían sido incluso cómplices en la mantención de las desigualdades y en la prolongación de las injusticias, entonces el renovado recurso a la felicidad podía bien representar otro expediente más utilizado por la propaganda que, buscando amordazar el malestar, volvía a instalar el asunto sobre el plano de unos bienes de consumo cuyos beneficios terminaban, en el fondo, subordinados a su adquisición en el nuevo mercado neoliberal de las capacidades personales. Por cierto, ninguno de los anteriores alcances, y en particular aquel referido al contraste entre la silente experiencia privada de malestar y su bulliciosa expresión pública, podría en si mismo representar una singular exclusividad circunscrita a las fronteras de Chile. De hecho, parece muy probable que consideraciones semejantes puedan también resultar pertinentes para otros eventos que, como las revueltas de la Primavera Arabe, el movimiento 15m de los indignados españoles o, incluso, las tomas del Occupy Wall Street, remecieron distintos rincones del planeta durante la misma época. Sin embargo, sería precipitado pretender alinear todo el conjunto sin detenerse en las características específicas que, en modo alguno limitadas a una diversidad en los enunciados del descontento, pudiesen sugerir alguna indicación sobre las circunstancias capaces, en una u otra latitud, de acallar el malestar o de fa- vorecer su manifestación ruidosa. Unos y otros silencios bien podrían ser contados entre las marcas ligadas al terror, o ser estimados en relación a un orden postotalita- rio, o ser endilgados a una difundida desidia contemporánea, o incluso ser referidos a una despolitización inmanente al neoliberalismo. Se podría, a su vez, intentar au- nar las diferentes consignas para agruparlas en una común denuncia del lucro o en una compartida demanda por mayor democracia, pudiéndose asimismo argumentar la idea de una extendida crisis de representatividad o aún sugerir la conjetura de un generalizado hastío ante la demasiado usual complicidad del poder político con los intereses del gran capital. No obstante, se trate de uno u otro resorte compartido,
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