Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1

118 – malestar y destinos del malestar Políticas de la desdicha siempre presente, sostenida por la evocación del peligro, del abandono, del temor a la aniquilación; pero donde el individuo se encuentra esencialmente replegado en su soledad, en los confines de sí mismo, no como víctima de situaciones catastróficas, ni del sadismo del otro, ni de la dinámica de una situación que él mismo habría creado para acostumbrarse. Si no buscamos reducir la clínica de lo extremo a una clínica de la excepción, las situaciones extremas en el área de la cultura y de la sociedad – así como, más precisamente, en las configuraciones psíquicas y psicopatológicas individuales en- contradas en el seno de nuestra modernidad – pueden ser consideradas del lado de las representaciones banales. Banal en el sentido de lo “familiar” donde “a fuerza de familiaridad – como lo señala Sami-Alí –, ya no tiene que ver con lo extraño” 8 . Desde el momento en que utilizamos la noción de lo extremo separándola del evento y situándola en referencia a la posición del sujeto cuando se encuentra con- frontado a algo capaz de exceder sus capacidades de resistencia o de negación, la clí- nica de los estados extremos no es en modo alguno rara. En tal sentido, se trata más bien de vivir lo extremo que de encontrarse en una situación objetivamente identi- ficable como extrema. De modo que es, ante todo, mediante su condición negativa que podemos concebir una situación de este tipo. Lo que le entrega su carácter no se reside en el hecho de ser muy visible. Se trata de una clínica que, por cierto, se acerca a aquella de los procesos límites pero, aunque se pueda considerar esas situaciones particulares en donde los pacientes oscilan entre neurosis y psicosis, no por ello to- dos son estados-límites. Rasgos comunes a las situaciones extremas En primer lugar, hay que considerar que estos sujetos, con desarreglos psíquicos o expuestos a angustias inefables, no pueden claramente inscribirse en un campo psicopatológico determinado, mientras que la sintomatología expuesta no logra ser objeto de una localización psicológica precisa. El sujeto parece encontrarse en un período de transición, cuya referencia podría encontrarse en la adolescencia o en el transexualismo. Luego, es necesario considerar las preguntas relativas a la desaparición, a lo real en bruto de la muerte que conduce a la sobrevivencia psíquica, a la puesta en retiro de la vida anímica y a la evasión del pensamiento. Pensemos en la dependencia a las drogas, en las manifestaciones psicosomáticas asociadas a enfermedades graves, en los desórdenes psicopatológicos sufridos por los sujetos más des-socializados. Finalmente, también podemos suponer que una situación extrema opera cuan- do en el sujeto existe una constante relación con la imagen estereotipada, la cual 8 Mahmoud Sami-Alí, Le banal (Paris: Gallimard, 1980), 19.

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