Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1

10 – malestar y destinos del malestar Políticas de la desdicha recientemente nombrado Ministro de Protección Social, Joaquín Lavín, anunció alegremente el comienzo de la medición de los niveles la felicidad experimentada por los chilenos. Por cierto, la proposición de confeccionar índices del grado de feli- cidad de una población no era una invención inédita del Ministro, el cual ni siquiera fue el primer personero de la administración de ese entonces en concederle algún lugar en las políticas públicas. En efecto, la idea de incluir a la felicidad y el bienestar dentro de los indicadores de desarrollo humano proviene de las sugerencias que, rea- lizadas por economistas como Joseph Stiglitz, Amartya Sen o Richard Layard, obtu- vieron renovada vigencia precisamente el 2011 gracias a la resolución no vinculante de Naciones Unidas propuesta por Bhután sobre la implementación de políticas de desarrollo orientadas por la promoción de la felicidad y el bienestar de los pueblos. De hecho, en mayo de ese año, el Departamento de Salud Mental del Ministerio de Salud del Gobierno de Chile propuso discutir un documento de trabajo que, buscando integrar la perspectiva de la salud mental “positiva” en el conjunto de las políticas públicas, incluía al bienestar subjetivo, la satisfacción con la vida y la felici- dad entre sus orientaciones centrales. Pero, sin entrar en el debate sobre la felicidad o en discusiones con la Economía de la Salud y con la así llamada Psicología “positiva”, el anuncio del Ministro Lavín otorgaba un singular giro a la consideración de la felicidad en la escena pública de ese entonces para vincularla directamente a las intensas manifestaciones de infelici- dad ciudadana. En efecto, nadie hubiese podido desatender que, inmediatamente antes de encabezar la cartera de Protección Social, Lavín había presidido el Minis- terio de Educación, del cual fue removido precisamente como consecuencia de la presión ejercida por la movilización estudiantil. Así, cuando a mediados del año siguiente se conocieron los resultados de la anunciada encuesta, los robustos índices chilenos de felicidad – de algún modo esperables en función del Latinobarómetro de 2008– dieron lugar a la proposición de una nueva fórmula paradójica amparada en la figura de una infeliz felicidad (pese a que, en rigor, nada parece impedir la alter- nativa del enunciado estrictamente contrario de una feliz infelicidad). En el fondo, la introducción de la felicidad (y su medición) permitía convenientemente desviar la cuestión del malestar hacia un plano políticamente insípido que, amparando una despolitización propicia a los intereses del neoliberalismo, redundaba en la disolu- ción de los contornos del descontento. ¡Pertinente ironía de las coincidencias! Sólo un par de meses antes de la divulga- ción de las cifras del jovial sondeo, se estrenaba en Cannes un film chileno que, inspi- rado en la propaganda televisiva elaborada para el plebiscito de 1988 por los oposito- res a la dictadura de Pinochet, no dejaba de tener ciertas resonancias respecto de los recientes miramientos esgrimidos por el ministro en torno a la felicidad. En efecto, la película No se sumergía críticamente en los entretelones de una campaña publicitaria

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