Hablar, persuadir, aprender: manual para la comunicación oral en contextos académicos

21 Introducción para una audiencia. En este sentido, la comunicación en sí misma se define porque debe ser interpretable por sus destinatarias y destinatarios: de lo contrario no hay comunicación posible. Es por esta razón que en el lenguaje se despliegan diversos recursos que buscan organizar y clarificar lo que se dice en consideración de los conocimientos, necesidades y valores de la audiencia (Hyland, 2005). Es claro, entonces, que comunicar es un acto que solo adquiere sentido cuando hay una interlocutora o interlocutor que pueda recibir e interpretar las ideas, valores o información que se comunica. En este sentido, comunicarse oralmente, al igual que escribir, es siempre un acto interpretativo. En efecto, debemos interpretar las motivaciones de quienes nos escuchan y nuestras propias motivaciones, interpretar la situación en la que ocurre el intercambio y comprender qué géneros son apropiados en esa situación (Kent, 1999). Se trata de “leer” a quienes nos dirigimos, con quienes intentamos dialogar o a quienes intentamos persuadir, para llegar a una comprensión mutua que permita la conversación, o bien, manifestar nuestros puntos de vista. Es por ello que la audiencia, en una presentación oral, una conversación o una discusión académica, debe ser tomada en cuenta para co-construir significados o para lograr ciertos efectos. Toda presentación oral, y acto de comunicación en general, busca tener efectos en lo que las personas piensan o creen y/o en la realidad misma. En la teoría de actos de habla de John Austin se denomina fuerza ilocutiva a aquello que se quiere que el oyente interprete a partir de lo que se dice literalmente y fuerza perlocutiva a las interpretaciones efectivas de la audiencia y las consecuencias y efectos de estas interpretaciones (Bazerman, 2004). En una presentación oral, reflexionar acerca de lo que queremos provocar en la audiencia permite tomar decisiones estratégicas. La pregunta “¿a quién quiero comunicar algo?” supone entonces preguntas específicas como ¿qué quiero que interprete mi audiencia? ¿qué consecuencias quiero que tengan estas interpretaciones? o ¿qué quiero que mi audiencia haga o piense luego de la presentación? Todas estas son preguntas retóricas relevantes a la hora de realizar un acto de comunicación oral y su respuesta exige una reflexión tanto de la audiencia como de la situación retórica misma. Las audiencias no son entidades vacías, sino sujetos complejos que pueden adoptar diferentes posiciones o actitudes. Por ejemplo, pueden ser resistentes o flexibles, según el grado de coincidencia de sus ideas y valores con los del orador u oradora. Para Kenneth Burke (1969), autor pionero en la teoría retórica del siglo XX, las interacciones humanas involucran identificaciones o puntos de encuentro o acuerdo y puntos de división, disidencia o conflicto. Predecir los puntos de identificación y conflicto resulta clave para enfrentarse a una presentación oral y considerar los intereses de la audiencia. Comprender las disposiciones de la audiencia sirve, por ejemplo, para responder preguntas al final de una presentación oral, pues permite adelantarse a los cuestionamientos o los puntos en que será necesario construir buenos argumentos. Considerar el tipo de audiencia en una presentación oral permite también identificar el momento correcto para establecer un punto de vista o plantear una idea fuerza o hipótesis. En retórica esto es abordado bajo el concepto de timing , es decir, el momento correcto para hacer una afirmación o declarar una posición (Bazerman, 2015). Por ejemplo, en un debate presidencial no parece del todo adecuado si un candidato enfatiza la gravedad de una nueva problemática justo al momento del cierre. Esto solo abriría dudas y no permitiría al candidato hacer frente al nuevo tópico instalado. En una defensa de tesis, si uno de los profesores o profesoras de la comisión evaluadora no está de acuerdo con la línea metodológica adoptada, es probable que el timing para hacer referencia a ella sea cuando se han dado argumentos suficientes que justifican su elección. En el ámbito académico, una de las consideraciones retóricas quizás más relevantes es la solidez de los razonamientos o ideas que se transmiten, tanto en una presentación oral como en un trabajo escrito. Los griegos utilizaban el término logos para referirse a la lógica, evidencias o razones que provienen de la reflexión intelectual en un acto de comunicación (Bazerman, 2015; Selzer, 2003). En la comunicación oral, el logos entendido como la solidez del razonamiento argumental resulta fundamental para persuadir a la audiencia. Toulmin (1958) identifica dos clases de criterios para evaluar argumentos: los dependientes y los independientes del campo. Los primeros se refieren a aquellos que dependen del manejo del campo disciplinar de conocimiento. Por ejemplo, son diferentes los argumentos válidos y las formas de construir evidencias en el campo de los estudios culturales y en el de las ciencias biológicas: en el primero es importante la perspectiva, experiencia e interpretación subjetiva de la investigadora o investigador, mientras que el segundo es importante la reproductibilidad de los procedimientos experimentales para medir el fenómeno de interés.

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