Hablar, persuadir, aprender: manual para la comunicación oral en contextos académicos
17 Introducción Una de las características propias de la comunicación oral es que tanto el que produce el discurso como la interlocutora, interlocutor o audiencia a quien se dirige confluyen en un mismo espacio y tiempo. Esta es una de las diferencias que podemos encontrar entre el lenguaje escrito y el oral; en efecto, en el segundo hay un menor grado de distancia con el contexto y, por lo tanto, menor dependencia del lenguaje para construir significados (Martin & Rose, 2007). De esta forma, es probable que el mundo de las cosas que es representado en el lenguaje esté presente en el momento de la comunicación para ser aludido o apuntado directamente. Esto, junto con los aportes de los significados transmitidos de forma no verbal, permite construir más fácilmente una interpretación de lo que está siendo dicho. Además, al ocurrir en la copresencialidad del hablante y su audiencia, la comunicación oral permite la retroalimentación directa; la audiencia tiene la posibilidad de hacer preguntas, pedir aclaraciones y abrir el diálogo y la discusión, a veces explícitamente, otras veces con gestos y reacciones no verbales. Así, la comunicación oral no solo supone la coordinación de elementos verbales y no verbales, sino la interacción directa en un diálogo y retroalimentación permanente entre hablante y audiencia. La copresencialidad de los que participan en un acto de comunicación oral abre la posibilidad del diálogo, la reacción inmediata y el debate. Para Platón, esta posibilidad es una ventaja del discurso oral frente al texto escrito, el que parece a primera vista más estático, cerrado o acabado. Platón consideraba que el conocimiento surge en el diálogo cara a cara cuando podemos preguntar: “¿qué quisiste decir?”. Esto fuerza a las y los hablantes a volver a decir de otra forma lo que quieren significar (Gee, 2008). La presencia de interlocutoras e interlocutores que están dispuestos a apelar, cuestionar y pedir aclaraciones hace que la comunicación oral sea tan rica como desafiante para diversas actividades sociales. Hasta el día de hoy, los debates o discursos políticos, entre otras actividades cívicas, aprovechan el potencial dialógico de la comunicación oral. Lo mismo ocurre en los contextos académicos, donde la conversación o discusión sobre las diferentes materias es parte fundamental del aprendizaje. Otra de las características definitorias de la comunicación oral es que su producción es inmediata, de manera que el discurso se va construyendo a medida que se pronuncia. Esto difiere radicalmente de las formas de comunicación escritas, para las que contamos con tiempo de planificación y revisión. En efecto, al escribir, tenemos tiempo para construir ideas en un todo de mayor complejidad, coherencia e integración (Chafe, 1982 en Gee, 2004). En los intercambios orales, en cambio, no es posible volver atrás y “borrar” lo que hemos dicho (aunque sí reformularlo). De ahí que sea especialmente desafiante referirse oralmente a temas complejos y abstractos en el contexto académico. Comunicarse a través de la oralidad exige construir ideas coherentes, pero también controlar los gestos, la entonación y volumen de los sonidos que se emiten. Esto obliga a quienes realizan presentaciones orales a ensayar y desplegar estrategias para manejar estos diferentes recursos (verbales y no verbales) de manera orquestada. El desarrollo de las tecnologías ha impactado en el alcance de las diferentes formas de comunicación. El televisor como tecnología de uso generalizado en los hogares comenzó a instalarse de a poco en el siglo XX en diferentes países del mundo. En Chile, el mundial de fútbol de 1962 agilizó la masificación de la televisión universitaria, y ya para el gobierno de Eduardo Frei Montalva se contaba con programas orientados a la entretención, pero también otros de carácter político-social (Memoria chilena, 2018). El televisor posibilitó la comunicación a distancia, mediada por la palabra oral: miles de discursos, entrevistas y noticias pudieron llegar a los oídos y vista de amplias audiencias. A diferencia de la radio, la televisión construyó televidentes: audiencias que podían no solo escuchar, sino también ver a otra persona transmitiendo mensajes a través de las palabras y el cuerpo. Con esto, fueron posibles nuevos géneros orales, como los programas de noticias, en los que no hay copresencialidad como en otras interacciones que ocurren cara a cara. La dimensión política de la comunicación oral se realiza, entonces, a través de la emisión —diferida respecto del momento de la enunciación— de programas de discusión, noticieros y otros géneros orales de divulgación. En el siglo XXI, el surgimiento de la web 2.0 amplió nuevamente el alcance de la comunicación oral, multiplicando la cantidad de oradores posibles, permitiendo a miles de personas participar de la interacción social a distancia no solo como audiencias, sino como comunicadores y comunicadoras orales. Por ejemplo, los canales de YouTube permiten a un extenso sector de la población generar videos tutoriales, grabar charlas, entre otros, para compartirlos con un público masivo. Asimismo, en 1984 se realizó la primera conferencia TED y en 2006
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