Hablar, persuadir, aprender: manual para la comunicación oral en contextos académicos

158 HABLAR, PERSUADIR, APRENDER El concepto de “evaluación” ha sufrido variaciones a lo largo de la historia. Desde los enfoques cognitivistas centrados en las habilidades, se ha transitado a visiones que involucran la dimensión social del aprendizaje. Enfoques como la “Evaluación para el aprendizaje” invitan a repensar las formas de evaluar, desde las propias experiencias y estilos docentes y promueven la reflexión en torno a lo que creemos que es la evaluación, cuáles son sus consecuencias y cómo se estructura cuando potencia el logro de aprendizajes. ¿Cómo puede diseñarse una evaluación que promueva el desarrollo de aprendizajes? ¿Cómo puede clarificarse lo que se espera de una evaluación en la instrucción de la tarea? ¿Qué sería necesario aclarar? ¿Cómo discutir los criterios de evaluación con las y los estudiantes? Para profundizar Una de las consecuencias directas de orientar la docencia hacia el aprendizaje del alumno es que la evaluación debe dejar de reducirse al control externo de lo que hace el estudiante y a la mera calificación. La evaluación, más que un procedimiento para certificar, debe constituirse en un proceso optimizador de los aprendizajes. En palabras de Bordas y Cabrera (2001a, 32), la evaluación debe ser “un proceso reflexivo donde el que aprende toma conciencia de sí mismo y de sus metas y el que enseña se convierte en guía que orienta hacia el logro de unos objetivos culturales y formativos”. Este cambio en la forma de entender y llevar a la práctica la evaluación está llevando a un creciente uso de ciertas estrategias de evaluación, como el portafolios, que parecen satisfacer mejor que otras más tradicionales los requisitos de una evaluación orientada al aprendizaje. Si bien compartimos la opinión de que el portafolios es una herramienta de gran utiilidad para promover una evaluación auténtica, consideramos que cambiar la forma de evaluar el aprendizaje no se reduce a un mero cambio en los instrumentos y técnicas de evaluación. Dicho de otra forma, por que cambiemos el examen tradicional por el portafolios no se produce necesariamente ese proceso de transformación de la evaluación en un mecanismo de orientación del aprendizaje de nuestros alumnos. Es necesario que se den otras condiciones en ese proceso que sí supongan una garantía más efectiva del papel de la evaluación en la optimización del aprendizaje. (…) Al cambio de los procedimientos que usamos para evaluar debería preceder el cambio en —o, al menos, la reflexión sobre— las actitudes y creencias que sustentan la forma en que evaluamos los aprendizajes. En general, solemos asociar la evaluación a exámenes y a notas, a verificar lo aprendido. Sin embargo, la evaluación debería centrarse en ayudar a aprender. Cualquier tipo de evaluación envía un eficaz mensaje a los alumnos sobre qué y cómo estudiar. Suele ser frecuente que, tras la realización del examen, el estudiante llegue a conclusiones del tipo “debería haber estudiado mejor el tema X” o “tendría que haber hecho más casos prácticos”. Estos comentarios están indicando que la evaluación les aporta información sobre el proceso de aprendizaje desarrollado. Esta es la vertiente formativa de toda evaluación; su potencialidad para facilitar el aprendizaje. (Padilla & Gil, 2008, p. 467-468)

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