Hablar, persuadir, aprender: manual para la comunicación oral en contextos académicos

plantear una pregunta o una perspectiva que no hayan mencionado. Pero, sobre todo, quien ocupa el rol docente observa y escucha, y se interesa por cómo evoluciona el aprendizaje en los grupos. También garantiza que todo esté orientado al aprendizaje y al respeto mutuo, así como que las actividades de hablar, escuchar, escribir y leer contribuyan a esos objetivos. Se trata de una responsabilidad desafiante, que se debe ejercer con pocos recursos, pero movilizadora y estimulante para quien es testigo del proceso de aprendizaje. Estas formas de usar las modalidades lingüísticas para aprender y comunicarse son completamente diferentes al estereotipo del grupo de estudiantes sentado en filas, en silencio, mientras habla una experta o experto. En ese tipo de entornos prototípicos, el rol estudiantil es escuchar y, quizá, tomar apuntes como forma de registrar las palabras de quien expone. Probablemente, en algún momento se les pidan “pruebas” de su “comprensión” para evaluar su capacidad para volver a decir o escribir lo que escucharon de la voz experta. Lo más probable es que no se les pida escribir sobre lo que aprendieron ni proponer nuevas ideas; es posible que tampoco tengan la oportunidad de recibir algún tipo de retroalimentación a sus ideas por parte de la profesora o profesor. En ese tipo de situaciones prototípicas, es posible que incluso se les castigue por hablar, ya que se considera algo “disruptivo” en contextos en los que se exige silencio. En el mejor de los casos, estos contextos prototípicos aprovechan apenas una pequeña parte del poder de aprendizaje del cerebro. En el peor de los casos, inculcan conductas de obediencia silenciosa, según las cuales solo unos pocos —o quizá solo una persona— tiene el privilegio de hablar y el poder de determinar lo que es verdadero e importante. Al decir “prototípicos” no quiero decir “tradicionales”, como si la idea del aprendizaje activo y multimodal fuera algo nuevo o radical y como si sentarse en filas mientras una persona habla fuera la única forma en la que siempre se hubiera aprendido. De ninguna manera. Siempre se ha aprendido en una amplia variedad de formas, entre las cuales apenas un pequeño número incluye a una sola persona que habla a un grupo más o menos grande de oyentes, como es el caso de los sermones eclesiásticos, discursos políticos y cátedras universitarias. Por el contrario, la mayor parte del aprendizaje siempre se ha desarrollado en situaciones interactivas, formales o informales, planificadas o espontáneas: madres y padres que enseñan a niños y niñas en casa, en el campo o en un taller; niñas y niños que se enseñan mutuamente juegos y habilidades; personas adultas que, en grupo, planifican eventos, preparan comida o una muestra, o resuelven desacuerdos personales; niñas, niños y personas adultas que conversan y reflexionan colectivamente para planificar, jugar o hacer cosas nuevas; niñas y niños que se desarrollan como hablantes en conversaciones con sus padres, hermanas o amigos; estudiantes que participan en grupos de estudio con sus pares; estudiantes que aprenden con tutores o tutoras; maestras y maestros artesanos de todo tipo que enseñan y trabajan con sus aprendices; aprendizaje activo en laboratorios, jardines o canchas; personas que, en reuniones sociales, expresan sus puntos de vista, a veces discutiendo, e intentan usar el sutil poder de las palabras para superar la rabia y llegar a consensos aceptables para todos. Solo consideren cuánto de lo que hablan a diario es parte de su búsqueda de aprendizaje. Por ejemplo, las preguntas siempre son parte de esta búsqueda diaria, al igual que los intentos (nuestros o de otros) por responder esas preguntas. Piensen, además, en cuánto del placer de la vida proviene de nuestra capacidad de compartir nuestro aprendizaje con otros: un nuevo hallazgo, un objeto que pensamos que habíamos perdido y encontramos, un hecho asombroso sobre el que aprendimos leyendo, haciendo experimentos o conversando con otros. Piensen en la emoción de una niña que logra algo por primera vez y corre a compartir su alegría con su mamá o papá. ¿Qué tan diferente es esa alegría de la que siente un adulto que comparte buenas noticias y nuevas ideas con algún ser querido o amigo? Por otro lado, ¿han pensado en nuestra profunda necesidad de aprender a lidiar con la pena o el dolor compartiendo nuestro miedo y tristeza con una amiga o amigo que nos pueda ayudar a atravesar nuestra crisis? 11 Prólogo

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