Seguridad ciudadana en América Latina: miradas críticas a procesos institucionales
24 Esto no ocurre en el Perú donde los reclamos individuales se expresan a través de los medios y responden a coyunturas específicas y cambiantes. Al no haber esta presión sostenida por el cambio en política de seguridad y para reformas de la Policía, la posibilidad de que las autoridades políticas asuman seriamente el esfuerzo es menor y en la mayoría de los casos las autoridades prefieren la coexistencia pacífica con el status quo y durar lo más posible en el cargo sin hacer olas. Lo que por cierto la mayoría de veces no consiguen y terminan devorados por sucesivas crisis. En este gobierno aprista ha habido ya cinco ministros del Interior en tres años y todos han salido muy mal. 3. Los Riesgos de la Pasividad En un país con tantas amenazas potenciales y crecientes en términos de seguridad esta inacción para producir cambios en la seguridad y sus instituciones cuando todavía es posible, puede ser finalmente suicida. El Perú está en una etapa de crecimiento económico y mejoras sociales, pero si la inseguridad se desborda como algunos indicios parecen ya anunciar, estaríamos ante un problema de primer orden que podría poner en riesgo nuestra viabilidad futura. Así en el Perú en términos de seguridad hay que ratificar que además del relativo avance de la delincuencia común hay otras crisis que se superponen y que están siendo cada vezmás evidentes en sus efectos negativos para la convivencia de todos. Está, por un lado, el avance del narcotráfico que ya no sólo se limita a las zonas tradicionalmente afectadas como el Alto Huallaga o el VRAE, zonas de producción de coca y alta violencia, sino que siguiendo el camino de la salida de la coca y de su transformación en cocaína se lleva ahora hacia las ciudades para embarcarse en puertos, con lo que se viene produciendo una extensión de su violencia criminal, con expresiones todavía embrionarias en comparación con otros países, pero que antes no existían aquí. Me refiero, por ejemplo, a los asesinatos de sicarios cada vez más frecuentes tanto por ajuste de cuentas entre bandas de narcotraficantes, como para amedrentar autoridades judiciales. Está también el incremento importante en la microcomercialización de drogas y en la violencia que ella trae en los barrios pobres de las ciudades. Un segundo factor de tremenda importancia es la crisis de orden público. Como hemos señalado en un país tan desinstitucionalizado como el Perú y con tan baja confianza en las autoridades y la clase política, las reclamaciones se desbordan muy fácilmente y se convierten en problemas de orden público con bloqueos de carreteras y tomas de instalaciones públicas, produciendo violentos enfrentamientos con la policía. Esta situación se ve agravada cada vez más por la intensidad de los conflictos y por la falta de profesionalismo de la Policía en enfrentarlos, lo que está llevando por un lado a un incremento exponencial de policías y manifestantes muertos en estas crisis y, por otro, a una pérdida de respeto y autoridad de la población en relación con la Policía, y por último a una profunda desmoralización de la institución. En ese contexto la Policía está pasando el peormomentode su historia. La misión de servicio y el sentido de orgullo institucional están muy desdibujados, lo que facilita la extensión de la corrupción y la falta de profesionalismo. Si se sigue por ese camino podemos entrar a una situación en que el deterioro cuantitativo se transforme en un cambio cualitativo y la Policía deje de ser sólo una institución ineficiente y corrupta y se transforme en parte de la organización criminal. Si eso ocurre y con los profundos problemas sociales y políticos que aún prevalecen en nuestro país la situación puede ser explosiva. La esperanza es que habiendo a la vez tantas potencialidades para producir cambios, como explicamos en la parte inicial de este texto, ello sea lo que prevalezca. En un país donde todos los diagnósticos se han hecho, ello sólo requiere que el poder político y económico se convenza de que el interés de todos está en que estos cambios se produzcan. Si noactuamos con responsabilidad los fundamentos de la convivencia democrática y del reciente despegue económico estarían seriamente en riesgo.
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