Cuadernos de Beauchef: ciencia, tecnología y cultura volumen II

46 Cuadernos de Beauchef ha hecho una cortadura entre oficio y moral, entre función pública y conducta individual”. Parafraseando una de sus comparaciones, nuestra ingeniería debiese ser una especie de testimonio personal, del que se toma res- ponsabilidad completa y que es rúbrica de honradez. De esta manera entiendo su invitación: “Con lo cual la profesión se me ha vuelto a mí, y quisiera que se les volviese a ustedes, la columna vertebral que nos mantiene la línea humana…” ( Ibíd. ). Ya lo han hecho notar Maturana y Varela: “todo acto humano tiene sentido ético” (Maturana y Varela, 2009, p. 163), y las profesiones nos unen a un linaje que necesita de cuidado. Yo pediría a ustedes que mediten sobre este asunto que yo sólo dejo apuntado con una flecha indicadora, y que se decidan a co- menzar una cruzada interior y exterior por la dignificación profe- sional. (Mistral, 1979 [1931], p. 21) Es común que ingenieras e ingenieros adopten posiciones en las que su influencia no siempre les permite asumir la responsabilidad final de decisiones que pueden tener consecuencias importantes. Por ejemplo, la decisión de las diferencias de sueldo dentro de la organiza- ción en que trabajan; la disposición de los relaves de la faena a la que pertenecen o las tasas de interés del banco al que sirven. Las posiciones que adoptan, a menudo quedan entre el capital y el trabajo, es decir, responden a decisiones del directorio (que representa la propiedad y el capital) y se dirigen a personas que aportan su trabajo y tienen limi- tada influencia en las decisiones productivas, tanto estratégicas como operacionales. Sin desconocer este fenómeno —que la literatura llama “la trampa del medio”—, mantengo la invitación a la dignificación pro- fesional que nos hiciera Gabriela. La dignidad exige poner ciertos límites éticos, y el trabajo bien hecho, ese que nos aleja de la mediocridad, impone al menos estándares de desempeño.

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