Los Futuros Imaginados

l o s f u t u r o s i m a g i n a d o s 88 89 formática que coordiné en febrero de 2019, en PLANTA de investigación & creación transversales, Buenos Aires, que también nombré Insurrección. En aquel taller planteamos un par de cosas. Principalmente, que la for- mación escénica no es invariante. Ni las técnicas ni los conceptos son ajenos ni inocentes del presente. Actores, actrices, performers, bailarinxs, activistas se forman y se piensan en un medio compuesto de intensidades colindantes y en tensión. ¿Cuáles son esas intensidades hoy y con qué nociones y procedimientos vamos a explorarlas? ¿Cuál es la caja de herra- mientas y cuáles son las estrategias actuales con las que intensificamos nuestra potencia de actuar y afectamos la esfera pública? ¿Qué prácticas inventamos para conectar las intensidades y desligarnos de la obviedad normalizante del presente que nos impide actuar? ¿Cómo producimos ac- tualidad insurreccional y multiplicidad común? Contra la vida rufianizada que produce cuerpos aterrados de sentir, condenados a la realidad de las pantallas, despotenciados del desafío de querer vivir, amar, pensar y luchar son las acciones performáticas que con-fabulan otros escenarios. La irrupción de la Insurrección en Chile funciona como una pantalla en el fondo de nuestra cotidianeidad de argentinxs. Una refracción de contras- tes que nos hace ver el primer plano, sin obnubilarnos. Las imágenes que nos llegan vía nuevos medios de comunicación de Instagram y los what- sapps de lxs amigxs no son las mismas que nuestra Insurrección argenti- na en el 2001. Hay una telaraña que puede tramar las dos insurrecciones y otras, también, pero no son las mismas. En Santiago de Chile, unas pibas se juntan a entrenar salto de vallas para saltar luego molinetes del metro. Un movimiento estudiantil inventa las “evasiones masivas” como una coreografía corporal-política donde el es- pacio público se vuelve manada, adrenalina colectiva, baile de saltarinxs, fiesta de la dicha que provoca instaurar lo legítimo sin legalidad. Es decir experimentar en el cuerpo la democracia, la “anarquía coronada” que de- sea nuevas formas de vida. Al chorro de agua antidisturbios de los camio- nes de los pacos lxs pibxs la convierten en una pista de ducha y techno. Las fiestas de la insurrección se entrenan. Porque para salir del orden conquistado hay que salirse del sí mismo ya colonizado. Las amas de casa espetan admoniciones a los pacos en la cara. Los pacos no pueden con ellas porque intuyen que son las nietas de las brujas que no pudieron quemar; sus madres —locas del desierto— que los van a enterrar. La his- toria se endiabla en la insurrección. “La alegría de no ser paco”, se vuelve un afecto subjetivante de la masa y un nuevo poder. Porque los pacos en c a p í t u l o 1 . l a h i s t o r i a e n e n t r e d i c h o Chile encarnan el organigrama de la crueldad. Cualquier persona estalla en largos discursos frente a los pacos, como en agones de persuasión trá- gicos. El habla interna de la “servidumbre voluntaria”, de pronto, articula sus contra-razones de la explotación. Es pura elocuencia del dolor del pueblo que hace de la esfera pública un espectáculo del cómo vivir. Una chica se trepa a un poste de luz de la calle para destruir la cámara de vi- gilancia. Otrxs pibxs profanan los monumentos de los conquistadores. Los barroquizan con banderas, consignas, amuletos, fotografías… Hacen de los monumentos altares populares de la insurrección. Una horda en ma- nifestación deviene máquina colectiva de demolición para tirar abajo con sogas los monumentos del genocidio chileno. Un pibe corre, a máxima ve- locidad y precisión de gimnasta o hiphopero, zigzagueando por las calles, evadiendo, así, las motocicletas de los pacos que lo persiguen. El graffiti “No era depresión. Era neoliberalismo”, se vuelve afecto y visión libertaria del síntoma, desde el cual podemos crear nuestros futuros posibles. Los flaites se encapuchan. Se organizan en líneas de defensa de las masas que se manifiestan. Todas las fibras corporales de los jóvenes pobres chi- lenos, sus resistencias respiratorias a lo peor, la fuerza del odio y la bilis de estigmatización acumuladas se activan para destruir el pavimento y producir piedras que se pasan unos a otros para defenderse de los pacos drogados y recuperar la calle. Las pibas se desidentifican y se encapuchan con ellos, también. Un joven militar se planta y dice que “No”, que no va a ir a reprimir al pueblo chileno. El pueblo mapuche declara la intensifi- cación de su lucha y se alía a la lucha del pueblo chileno. Se comprende, ahora, que se trata del mismo tipo de expropiación la que padecen. La imagen que ofrece el gobierno chileno son más de 250 pibxs con los ojos reventados. Perdieron la vista por la represión planificada. 250/300 ciegxs son parte de los trofeos de las fuerzas de seguridad del Estado-Em- presa de Chile. “¡Disparen a los ojos!”, grita un paco jefe. Saben dónde disparar. Los ojos son blanco simbólico: un “signo de la crueldad” que se inscribe en los cuerpos como un marcaje para el ganado que se quiere domesticar y comercializar con sus vidas. En los ojos se crean las visiones, las imágenes del futuro que se ha secuestrado. Porque lxs cabrxs chi- cxs y su movimiento estudiantil han despertado al pueblo chileno y han con-fabulado otras visiones de sí mismxs. En la insurrección han trazado otras “danzas-calles”. Nos hacen ver que necesitamos crear otras imagi- naciones pragmáticas de la desobediencia para nuestras insurrecciones. 10 de diciembre de 2019, Buenos Aires. // silvio lang i m a g i n a c i ó n d e l a i n s u r r e c c i ó n

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