Los Futuros Imaginados
l o s f u t u r o s i m a g i n a d o s 68 69 en una extensa y a veces agobiante performance que como tal, no busca purgar el malestar pues su asunto es producir una y otra vez, incesante- mente la urgencia. La urgencia En este contexto la idea misma de urgencia se ha tornado problemática, pues la urgencia como la que describo aquí (no correspondería) no ape- laría ni a un modo mercantil de las relaciones sociales en la que el ciu- dadano como un cliente exige “soluciones ahora”, pero cuyo horizonte de solución es el despliegue infinito de un deseo sin objeto, ni tampoco apelaría al horizonte utópico de una demanda políticamente programa- da como la de un proceso revolucionario moderno. Tal vez, el punto aquí es entender que la urgencia no correspondería a una categoría histórica, sino más bien sería el nombre de un síntoma o la forma que adquiere un síntoma social, que cabría entenderlo más cerca de eso que Williams llama “estructura de sentimiento”. La urgencia es un tono epocal, una cuestión que radica en los afectos an- tes que a nivel del sentido o del significado. La urgencia es urgente por- que nos pasa, no porque la definamos o sea disponible narrativamente. La urgencia es el nombre de eso que nos interpela energéticamente frente a la violencia obscena del Estado, frente a la constante sordera del poder que indignifica nuestras vidas y la de nuestros vecinos. Pero un nombre es un acto, entonces la urgencia sería un modo de habitar el tiempo presente, que fractura los modos instrumentales y acelera- dos de la temporalidad mercantil, la cronometría disciplinaria de la vida mercantilizada. A pesar de que la palabra urgencia pareciera indicar lo contrario, este tono temporal , no se asemeja ni a la rapidez ni a la in- mediatez, tal como lo hemos experimentado en estos días se asemeja más a una intensa dilatación contenida, como una explosión en cámara lenta que no termina de extinguirse, como la energía de un movimiento telúrico. De hecho, hay algo telúrico en este movimiento social impul- sado por una fuerza cuya direccionalidad es así de imprevisible como activa incluso en su calma. Esta forma de habitar el tiempo en el que se nos devuelve el tiempo de algún modo, en el que volvemos a hacernos de nuestro tiempo es a la vez la recuperación de los lugares: vivimos paisajes temporales inéditos que debemos seguir pensando. Lo claro es que este modo de estar en el tiempo connota desde ya una forma de disidencia, una forma de resistencia al tiempo hegemónico del capital. c a p í t u l o 1 . l a h i s t o r i a e n e n t r e d i c h o Por eso mismo es importante saber sobre qué nos queremos enfocar cuando pensamos la noción de performatividad. O nos quedamos con la idea abstracta de un flujo tan incesante como insensible, o entendemos que lo que se juega en lo performativo es una reflexión de cómo los cuerpos están en el tiempo, un modo en el que los cuerpos devienen su propia duración, y es en esa experiencia —en sentido estricto experien- cia— en que los cuerpos se encuentran como tales. ¿Qué es habitar mi cuerpo sino habitar la demora de mis pulsiones o la inmediatez de mis dolores? Es decir, el cuerpo no es simplemente una superficie de afec- ciones o sobre la que recae la afección, el cuerpo es el suceder mismo de la afección en lo que ya no es posible diferenciar el territorio de su acontecimiento. Esto es performar la urgencia, producir un paisaje tem- poral de resistencia. Desde este punto de vista la performance nos hace presente la duración de la experiencia o, en otras palabras, carga de presencia el presente. Esto sucede cuando el cuerpo se pone en el tiempo, esto es, cuando aparece su radical condición temporal, cuando nos percatamos que está en el tiempo (así como en el espacio) y que el tiempo lo configura cada vez como cuerpo en un espacio. El cuerpo está en el tiempo cuando aparece su fragilidad, su radical fra- gilidad, su finitud. A esto llamamos el ex-ponerse del cuerpo. De este modo, la performance nos hace presente el tiempo de un perci- bir en la percepción misma del evento, en el suceder del proceso mismo. Es ahí que el cuerpo aparece como presencia, entonces como demora y con ello crítica los modos instrumentales de la percepción, que suelen habitar en la velocidad y en la indiferencia de lo que no se toca, de lo que evitamos tocar. La performance propone una teoría práctica sobre el cuerpo, porque nos hace presente la tactilidad del mundo, esto es que algo importa, sobre algo pongo mi atención. Pero no porque ejecuta acciones, antes realiza una demora en la que el cuerpo se presencia y el presente se presencia, pero también la memoria se presencia³. Performar la urgencia En estas imágenes pongo atención en dos acciones me- morables sobre una “misma” cosa. La ya ultra y velozmen- te publicitada “Un violador en tu camino” del Colectivo p e r f o r m a r l a u r g e n c i a 3 Poner atención , que algo me importe, que el mundo recobre tactilidad supone una manera de estar en el tiempo en la que el tiempo ya no es el efecto de una afección subjetiva, sino que es la afección misma que me toca, que las cosas me toquen significa que me conmueven (me estremecen), pero no en un sentido psicológico, el afecto es por sobre todo un modo de la política, en que se presencia lo político. // mauricio barría
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