Los Futuros Imaginados
l o s f u t u r o s i m a g i n a d o s 40 41 p r ó l o g o Sexta lección: Lanzarse a la calle y concentrarse en un determinado lugar, marchar en una sola dirección o permanecer inmóviles en un mismo punto son las singulares formas de la protesta masiva. Por unos momentos, la calle deja de ser el escenario en el que todos comparten diferentes direccio- nes y objetivos para convertirse en la escenografía del espectáculo de la movilización. Las entradas reales o los desfiles militares eran una ma- nera de escenificar un determinado orden: el poder circulaba sin obstá- culos por el centro de las avenidas mientras los habitantes permanecían inmóviles mirando hacia el centro, como si estuvieran a ambos lados de un río de aguas purificadoras. Pero en la movilización ciudadana ese orden se invierte. Son los manifestantes que se concentran mientras las fuerzas de seguridad, no sin fricción, se mantienen a los lados. Es esa concentración en un espacio reducido, junto con el dilatado tiempo de “estacionamiento”, lo que convierte la movilización en la plusvalía de un colectivo. El número en cambio, más que legitimar la reivindicación, blinda los cuerpos de los movilizados, los protege de quedar a merced de grupos más numerosos y de validar su discurso por la performance del martirio. En el caso catalán, aunque el número de manifestantes ha sido siempre enorme, cuando se trató de manifestaciones espontáneas // roger bernat l e c c i o n e s r e c i b i d a s con intención de alterar el orden económico del país, disminuyó dramá- ticamente el número de manifestantes y sus cuerpos quedaron a merced de las porras, la detención y el juicio. Lo que diferenció las movilizacio- nes chilenas de las catalanas fue que las primeras no persiguieron con- cretamente nada, y por tanto nada tenían que perder; las catalanas, sin embargo, al perseguir la idea de una patria justa y próspera no podían permitirse ser arbitrarias y violentas sin poner en peligro la idea misma que perseguían. Séptima lección: En Chile ardieron estaciones de Metro, vallas publicitarias y supermer- cados, murieron accidental o premeditadamente decenas de personas y cientos perdieron la visión de un ojo. En Cataluña ardieron containers y volaron macetas y una o dos personas perdieron un ojo a causa de los proyectiles de la policía. Sin embargo, en las calles de Santiago podía leerse: “Violencia es un sueldo de 300€” (solo recuerdo el equivalente en euros). En Barcelona los medios de comunicación se llenaron de pla- ñideras aterrorizadas por la ola de violencia que asolaba de ciudad: los comerciantes estaban perdiendo dinero y los turistas habían empezado a cancelar sus reservas. Cuando la violencia estructural queda ocultada
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