El estado en la escena : teatros universitarios de Santiago 1940-1973
te a través del teatro, generando 3us propias formas de crea ción y circulación. Lo anterior suponía entonces un modelo ético-estético dife rente al planteado originalmente por los teatros università rios. Ya no se busca dar cuenta de las grandes problemáti cas de un hombre abstracto, intemporal, universal sino las inquietudes y aspiraciones de sujetos concretos, situados en un contexto espacial y temporal determinado: el de su socie dad, su clase en la historia de preferencia presente o ac - tual. Los repertorios seleccionados comienzan a privilegiar así las obras de autores nacionales y latinoamericanos con temporáneos . Esto último y la nueva concepción democratizadora que se ges taba, en segundo lugar, necesitaba un tipo de elaboración es cónica apropiada. Había que recrear, otra vez, las conven ciones teatrales. La orientación contingente de las situa ciones y personajes contenidos en el repertorio no demandaba una contextualización escénica tan recargada y ostensible. Tampoco las condiciones materiales de muchos de los nuevos teatristas del campo aficionado o independiente podía permi tirse la sofisticación técnico-artística del modelo escénico universitario. El peso de la expresión escénica comienza a recaer entonces en la actuación. Esta enriquece y amplía sus recursos sobre un escenario prácticamente desnudo de restan tes elementos (escenografía, decorados, vestuario, maquilla je, etc.). Consciente o inconscientemente se busca una estética "pobre" como, por otra parte, ya venía gestándose en el ámbito tea tral internacional con la difusión de los trabajos de Gro- towsky, Pecer Brook, el Living Theatre, entre otros, y un sinnúmero de experiencias latinoamericanas. En tercer lugar, la evidencia que la producción dramática di rigida a públicos amplios y heterogéneos se veía satisfecha sobre todo a través de los medios de comunicación masiva (el cine y, especialmente en este período, la televisión), aca rreó varias consecuencias para el teatro. Por una parte hi zo que la generación casi completa de dramaturgos y directo res que venía a reemplazar a la precedente desplazara su cam po de interés hacia esos medios. Por otra parte, comprobado
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