Desvelos en el alba

de W. James: como el anverso y el reverso de una misma esencia. Pienso, sobre todo, en la fun– ción vital por excelencia: la del sexo. Hay que despojarla de toda esa aura de pecado, de escarnio o de vileza. Pensar en ella sana, al– ta, honorablemente. Disciplinarla, naturalmente, pero no ahogarla hasta que estalle o reducirla a co– sa abominable. En los últimos años, hemos aprendido a respetar la naturaleza del niño. Estamos convenciéndonos de que cada uno tiene su individualidad y su ma– nera de ser especial y sus necesi– dades propias. Y anhelamos una escuela en que cada niño sea él, el mismo y no un autómata con una ) 45 (

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