Desvelos en el alba

La raza helena vivió lo que du– ró la adoración de sus dioses. Só– crates, Platón, Aristóteles perdu– ran con su intuición de un dios úni– co en la memoria perenne de los atridas, que no pudo elevarse al concepto de un dios nuevo, supe– rior a las divinidades tradiciona– les, fué incapaz de impregnar de .siglos. Mas, la gran masa de los inmortalidad la arcilla de su car– ne, que se deshizo en polvo en las luchas fratricidas. No hay vida consciente sin tra– gedia. No hay ser pensante que no se haya cerciorado con lágrimas que la vida es engañosa, que a ma– yor capacidad de gozar correspon– de una mayor potencia para sufrir, ) 28 (

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