Desvelos en el alba

de cuentos. Da, al mismo tiempo, conferen– cias a diversos grupos. Tiene dotes de conferenciante. Se acerca al público. Sonríe y muestra su dentadura sana y juvenil. Los auditores, que esperan en ac– titud severísima, se humanizan, sonríen tam– bién (y ya están perdidos). Entonces doña Amanda comienza como titubeando, habla con calor, vuelve a vacilar, recobra la te y conser– va en tales alternativas una actitud de sinceri– dad que reconforta . Sus palabras conmueven la atención profunda de los oyentes y la at – mósfera se puebla de sentimientos adorme– cidos que , bajo su influjo, despiertan con nue– va fuerza creadora. En ese minuto preciso ella es una mezcla de muchacha y de maestro. En cambio cuando lee un discurso es presa de la más tremenda seriedad y uno querría de– cirle (para que ella sola oyera) : ¡ Señora, U d. no es así! VIII Llegamos a 1922. La Universidad la acep – ta como profesora extraordinaria de psicolo– gía y pronto le asigna, en propiedad, una cá– tedra de filosofía. Es la primera mujer que ) 18 (

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