Desvelos en el alba
aquí brindando su apacible belle– za a todos los caminantes. Imagi– namos la eternidad, y, sin embar– go, somos lo transitorio y efímero. Me avergüenza la piedra que ofre– ce su musgo con sabor perenne. Su riqueza es tal, que puede dar sin agotarse. Nosotros poseemos un tan minúsculo tesoro que cuanto da– mos hemos de sustraerlo a nosotros mismos u a otros. ¿ Qué es mi vida, qué mis angus– tias, qué mis afanes al lado de las selvas y los montes plenos de gra– cia y las aguas hondas? Ellos con existir de siglos; yo, con mis se– gundos de conciencia fugitiva. ¡Y ) 105 (
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