Desvelos en el alba

a los campos del Miño. Fúlgido cie– lo, luz de diafanidad irreal, coli– nas verdes, encrespadas de viñas o peinadas al viento con ondulan– tes maizales. El río se abre paso entre las rocas; desciende como saltando: aquí una pequeña caída, a cien metros, otra, y más allá un rápido y después una minúscula cascada. Y en los intervalos, aguas transparentes, calmas, cabe los bos– ques de pinos olorosos. Casetas en los oteros y aquí y allá un jardin– cillo modesto con sus magnolias y sus cipreses. Contemplo tanta hermosura con ojos ávidos. Ríos, bosques, rocas, colinas, cuántos siglos no estarán ) 104 (

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