La Catedral de Santiago de Chile: estudio monográfico
El proyecto del obispo fué aplaudido por autoridades y fieles, comenzando pronto las donaciones para' su realización. Acordóse, momentáneamente, techar dos arcos de la antigua iglesia, a fin de no interrumpir las necesidades de los fieles mientras se construía la nueva. En el frontis de , la catedral se lee que la construcción fué iniciada en el año 1748. Gobernaba Ortiz de Rozas, cuando el obispo Melgarejo puso la pri– mera piedra el 1 q de julio de dicho año. La muerte sorprendió al obispo Melgarejo, seis años después de iniciada la construcción de la nueva catedral,_el 8 de marzo de 1754. Sus restos no pudieron ser enterrados en la catedral, según lo habría deseado, por no hallarse terminada; de ahí que fueran sepultados en la iglesia de la Compañía. Durante el tiempo que pudo dedicarse a la nueva catedral, contribuyó con la suma de 55.000 pesos y con numerosas alhajas. La nueva catedral, de ciento veinte varas de largo y cuarenta y una de ancho, toda de piedra de sillería, no contó con la complacencia real, pero los trabajos fueron iniciados sin dicha aprobación. El motivo de esta premura fué la posibilidad de comprar de inmediato las casas adyacentes a la antigua catedral. Sin el espacio de ellas no hubiera sido posible dar al nuevo templo las dimensiones requeridas, ni darle, asimismo, su nueva orientación, con frente a la plaza mayor. · El rey mostró su desagrado por tal empresa, ya que comprendió que ella se dejaría sentir con fuerza en su caja.. Por cédula manifestó su desagrado y extrañeza ante tan arbitraria medida, queriendo sin duda evitar el establecer un mal pre– cedente. Al llegar a Chile dicha real cédula, su destinatario, el obispo Gónzález Melga– rejo, había ya fallecido. Su sucesor, el obispo don Manuel de Alday y Aspee, primer prelado chileno, tranquilizó los reales temores, informando al monarca que el presupuesto dado por los tasadores gubernamentales era muy exagerado. La obra total, según el informe de Alday, no excedería de los 300.000 pesos. Dejó constancia, asimismo, de la contribución hecha por González Melga– rejo, de 5.000 pesos anuales. Aseguró a l rey que haría cuanto estuviera de su p~rte para que los gastos fueran reducidos al máximo. Gracias a este informe, el rey. contribuyó durante largos años con los dos novenos del diezmo de la corona. Los encomenderos, por orden de Carlos III, deberían contribuir a la cons– trucción del templo, aunque las encomiendas fueran completamente nominales. Cabe hacer notar que el presupuesto final, tal como era de esperar, resultó mayor que el enviado por Alday al rey. El 25 de mayo de 1751, a la una y media de la mañana, sufrió Santiago un violento terremoto que se prolongó durante cinco o seis minutos. Su duración y las horas en que ocurría habrían bastado para sembrar el espanto. Pero el pavor de las gentes se aumentó todavía por el extraordinario ruido causado por el derrumbe de la torre de la catedral vieja que cayó sobre la plaza. Por más de 20 años los trabajos marcharon con una desesperante lentitud, hasta que el incendio completo de la iglesia vieja, ocurrido en la noche del 22 de diciembre de 1769, dejó a la diócesis sin Catedral. La pérdida fué grande, ya que muchos elementos destruídos podrían haber sido empleados en la nueva catedral. El origen del fuego habría sido una vela mal apagada o la llama del Santísimo. Las pérdidas se calcularon en 62.000 pesos. Los canónigos se trasladaron a la iglesia de la Compañía para celebrar en ella el servicio. Este templo, que había quedado vacante por la reciente expulsión de los jesuitas, pasó a ser, duránte algunos años, la iglesia metropolitana de Santiago. Siguió a esto un vigoroso impulso a la construcción de la iglesia nueva, y a 15
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