Ciento cincuenta años de enseñanza de la arquitectura en la Universidad de Chile 1849-1999

Estas consideraciones explican la finalidad, vale decir, el sentido funcional del Plan de Educación del Arquitecto. Pero hay aún otro factor poderoso en juego: la conjunción integral de dos grandes manifestaciones del espíritu, cuyos postulados esenciales marcan el rumbo de esta metodología; esto es, el contenido y sentido preciso de la Universidad de nuestra época, por una parte, y el significado, trascendencia y situación actual de la Arquitectura, por la otra. Ambas concepciones, nacidas con la vida del hombre, lle van un desarrollo constantemente paralelo a la línea del tiempo y son en cada época un maravilloso espejo de las sociedades que las cultivan. Nuestra Universidad es una Institución que se apoya en una admirable tradición de cultura y de sensibilidad para buscar su adaptación permanente a las necesidades impuestas por el tiempo. Descansa en ciertos principios fundamentales: sentido de universalidad; veracidad que se alcanza en el rigor cien tífico y dinamismo social, lo bastante como para no permanecer de espaldas a la vida y para saber empaparse de las concepciones filosóficas y doctrinarias propias de su tiempo. Rechaza abiertamente: el dogma, en cualquiera de sus fo rmas y todo tipo de educación conducida en beneficio clasista, de grupos o sectores particulares, olvidando la condición primordial de servir a la sociedad; y toda modalidad de conservantismo exclusivista en su posición ideológica, pedagógica o social, que especialmente en períodos de transformación creciente como el que vivimos es profundamente negativa y perjudicial. Una concepción como ésta de nuestra Universidad, puede enfrentarse a una concepción semejante de nuestra Arquitectura: La Comisión entiende la Arquitectura como una actividad permanente de creación para la vida, de captación del nuevo sentido de la ordenación del espacio, que para cada época, presida la organización de sus actividades. Este concepto es siempre renovado de la organización espacial para la vida, no es arbitrario y no nace realmente sino de una compenetración profunda y tenaz del fenómeno de la existencia en todas sus manifestaciones, del fenómeno del hombre y su organización en sociedad; su modalidad de pensamiento y actividad etc., del fenómeno del tiempo, mejor dicho del ritmo de la evolución humana. Aseguran que el arquitecto no es un mero creador, descubridor o redescubridor de formas bellas, sino de formas representativas de una etapa de la vida y de algún lugar en el mundo; en relación a algún material que las engendra, en función de una lógica rigurosa. Tampoco todo ello por el mero placer de la creación, sino específicamente para satisfacer una necesidad de los hombres, de su vida individual y colectiva, una necesidad tan vital como el alimento, la respiración o el vestuario... El arquitecto es un creador. Crear es luchar. Históricamente nada es idéntico a sí mismo; dialécticamente, en cada forma que muere, combatiendo por su persistencia, asoma el germen de otra nueva que nace, luchando por su iniciación. Crearles, en cada momento, la lucha por afirmar algo negando lo anterior, aun cuando necesariamente, todo aquello que hay de vital en lo que desaparece, será comprendido y aprovechado. La Arquitectura, espejo de la concepción del mundo, hecho histórico y material, no puede entonces repetirse sin evolucionar" . A la luz de estos principios la Comisión sostiene que el problema de una metodología de la educación del Arquitecto no es distinto, en su finalidad última, del problema general de una metodología de la enseñanza universitaria: 102

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