Ciudades y arquitectura portuaria: los puertos mayores del litoral chileno
de la guerra con los araucanos, quienes las cercaron y saquearon nuevamente en 1665. Valparaíso, en cambio, anotaba a fines del siglo la presencia de tres iglesias (LaMatriz, San Agustín y San Francisco), un área fortificada (castillo de San José), un sector de viviendas en las cercanías del fondeadero, y algunas casonas y bodegas de adobe dispersas en el Almendral 4 . Hasta mediados del siglo XVII, los fondeaderos del Reino de Chile no fueron asuntos prioritarios para la Corona, como lo fue la confrontación con los araucanos. Las incursiones corsarias causaban daños a la escasa población, pero no a los intereses reales, hasta que se produjo el único intento de ocupación del territorio continental del Virreinato del Perú por un contingente extranjero, que se instaló entre las ruinas de la ciudad de Valdivia abandonada por sus habitantes en 1599. Esta empresa fue acometida por una expedición holandesa en el invierno de 1643, la que por propia iniciativa abandonó el lugar al cabo de un año de penurias. A esta provocación reaccionó con energía el entonces virrey peruano, equipando 17 galeones que, al mando de su hijo don Antonio Sebastián de Toledo, recalaron en Corral transcurrido poco más de un año. La refundación de la plaza fuerte de Valdivia y su amurallamiento fue sólo la primera parte de un proyecto de mucho mayor envergadura, la fortificación del estuario valdiviano, considerado ya en esa época por España como de gran valor estratégico para el dominio del Pacífico. Resulta sorprendente la planificación y la intensidad del esfuerzo realizado por la Junta de Guerra integrada para este fin por personal de esa armada real, la que des– pués de una permanencia en el lugar de sólo tres meses zarpó con destino a España, dejando la plaza valdiviana reorganizada, con gobierno propio, reserva de alimen– tos y novecientos soldados para sostenerla. El buen tiempo fue aprovechado para ini– ciar la construcción de las fortificaciones en la isla de Mancera y en los promonto– rios de Corral y Niebla. Las investigaciones de Roberto Montandón concluyen que en Mancera se trabajó en su castillo: «con todo su frente marítimo compuesto de fosos, taludes, escarpa, parapetos, adarve y contramuralla de sus defensas hacia tierra y el za– guán abovedado que fue el ingreso al castillo, tal como se ve hoy día. También de es-te período debe ser la iglesia y convento de San Francisco. En Corral se levantaron los parapetos (muros cortinas) en piedra cancagua, una capilla, una casa para el coman– dante y un cuartel ya desaparecidos» 5 . A esto hay que agregar el fuerte de San Luis de Alba y el castillo de Amargos que se iniciaron también en esa época. Cuatro obras que ampliadas y consolidadas a lo largo del siglo XVIII, conformaron el núcleo original de la arquitectura militar en Chile, y fueron seguramente el mayor esfuerzo oficial en materia de construcciones realizado por la corona española en la capitanía en su etapa fundacional. Protegida Valdivia, tocó el turno a Valparaíso. Su primer enclave lo hizo construir el gobernador Henríquez en 1676, para montar ocho cañones de distintos calibres. La importancia de este fuerte, llamado de La Concepción por el nombre del cerro en el que se instaló, quedó desdibujada por un nuevo bastión, el castillo de San José. Tuvo éste dos explanadas: una baja con algunos cañones (La Planchada) y otra más alta con otras piezas 37
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