Libro pedagógico cancioneros populares

- 31 - Investigación y Patrimonio del Archivo al Aula del rubro (Subercaseaux, 2000). Los folletos compilatorios de canciones, en un terreno fronterizo entre el libro y un impreso callejero, los habilitaba para acercarse a un público que iba adquiriendo rasgos masivos, y las propias páginas de los cancioneros eran utilizadas como vitrina para publicitar la completa oferta de impresos y utensilios para la escritura y actividades afines que producían e importaban la Imprenta Barcelona o sus congéneres. En el caso preciso de los cancioneros, esa indefinición editorial brindó cierta apertura para que actores particulares se integraran al ruedo productivo de las imprentas grandes. Ejemplo de ello fue el francés Pedro Clapier, quien durante la década de 1890 publicó al menos una decena de compilaciones de textos musicales, en los cuales figura como compilador y/o editor. Sus primeros títulos fueron elaborados por la Imprenta Albión y la Imprenta Santiago, establecimientos tipográficos con cierta tradición pero más bien modestos, mientras que a partir de 1894 sus cancioneros se realizaron al amparo de la mencionada Imprenta Barcelona. Eso implicaba una ganancia para ambas partes, y es además indicativo de que la demanda por estas compilaciones musicales seguía en alza. Un elemento que refuerza esta idea se encuentra en el hecho de que algunos cancioneros de la vuelta del siglo XX empezaron a contar con patrocinio directo de empresas comerciales ajenas al mundo editorial: fue el caso del Cancionero Electra , que empezó a circular en Santiago en 1910. Esta modalidad luego sería apropiada por los sellos discográficos internacionales, vinculando la publicidad de sus artistas y su oferta de grabaciones con el impreso que ofrecía las letras de los mayores éxitos. Como puede apreciarse, una característica definitoria de los cancioneros era convocar a un público cuanto más amplio posible, porque eran un producto más dentro de una oferta creciente de impresos disponibles. En tal sentido, cruzaban las diferencias sociales y participaron de una temprana cultura popular de masas. Respecto a las preferencias musicales, estos pequeños impresos amalgamaron muy bien tres ámbitos de sociabilidad y recepción con que contaba la sociedad chilena de fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX: chinganas y fondas, donde campeaba el canto además del baile; la zarzuela y teatro del “género chico”, concebido como espectáculo con canciones adaptables a la realidad y la contingencia local, con un arraigo y un impacto enorme; y las formas modernas de consumo musical de una industria cultural incipiente, concretizadas por la música grabada, con las cuales se potenció mutuamente. Cancionero Última Moda Isabel, Concepción, Imprenta y Librería Esmeralda, c. 1920. Colección Domingo Edwards Matte, Archivo Central Andrés Bello, Universidad de Chile.

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