Para que nadie quede atrás: A la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

36 Patricio Muñoz Madariaga POR SOBRETODO, LAAMISTAD Por Federico Gana Johnson El Pato Muñoz iba por el mundo creyendo que la amistad es una necesidad biológica. No podía estar sin sus amigos, ellas y ellos. Desde sus primeros años en la Escuela de Periodismo sólo tenía tiempo para conversar con los compañeros, para reírse porque sí nomás, narrando las experiencias que le iban ocurriendo. Y eran muchas. El Pato luchaba incansablemente por mantener la buena salud aní- mica, la defendía a ultranza con el sentido de la amistad. Para él ser buen amigo era una obligación y estar preocupado de cada uno de sus compañeros en todos los momentos, era algo más que nor- mal. Era indispensable. Y traspasaba esa manera de ser a todas las circunstancias de la vida diaria, ya fuera en lo laboral o en lo fami- liar o durante aquellas otrora noches bohemias de verdad y cuan- do con avidez y entusiasmo desbordado esperaba –esperábamos, porque me incluyo con orgullo y grandes dosis de nostalgia– las amanecidas en los bares del centro de la capital. El parecido f ísico del Pato con su padre Osvaldo Muñoz Romero, Rakatán, le abría todas las puertas de las noches, era recibido con enorme beneplá- cito al visitar rincones que de día costaba visualizar pero que, al caer las tardes, se iluminaban como estrellas perennes reuniendo personajes de la política, de los espectáculos (que era importante, no se llamaba farándula aún) y de la vida cultural en todas sus ma- nifestaciones. Eran aquellos tiempos en que nosotros los jóvenes nos codeábamos naturalmente con lo más selecto de la vida y de la noche metropolitanas. El Pato Muñoz era, en lo profesional, un reportero-guionista-escri- tor-romántico-poeta y bohemio encarnizado, cuya principal meta siempre la buscó en las relaciones humanas suavizadas con la sonri- sa y el buen humor, entendido éste no como el mero reventador de una simple risotada sino como el más fino aliciente del buen pasar y la simpatía. Yo, humildemente confieso que conozco muy pocas personas (y tal vez ninguna como Patricio) para las cuales la cordia- lidad constituya la principal condición de la vida. El Pato Muñoz no sólo fue una de ellas sino que entregó ejemplos de esa cordialidad a cada instante de los muchos verdaderamente épicos que vivió. Lo hizo sin titubeos en todas partes, incluso en aquellos lugares donde nadie lo conocía y, en este caso que paso a narrar, donde tampoco tenían la menor intención de conocerlo. Ocurrió en una comisaría

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